¿Cual? La de la maternidad.
La muerte a manos de su hijo adolescente de una mujer de 50 años en Cordoba me ha llevado a repensar el significado de la tal cosa una vez más. Y allí que va el resultado. En un momento en que mantener la casa impoluta y hornear galletitas ha perdido todo el encanto que pudo tener para muchas, nos hemos dado de bruces con la apestosa realidad de que el cuerpo, ese que tanto tecleamos, cuidamos y entrenamos para aguantar esa carrera de fondo que es la igualdad , el cuerpo –digo - es la verdadera dictadura de la cual se aprovecha el patriarcado con una tendencia hoy en alza basada en una corriente de crianza que ensalza más allá de lo razonable las virtudes de los niños, seres angelicales (pero a veces diabolicos) a los que hay que proteger de una civilización despiadada. El mundo, si nos fiamos de los…… ellos y ellas, estaría poblado de madres amantísimas que prolongan durante años la lactancia, usan pañales ecológicos de tela y crían a pequeños tiranos a los que no se atreven a contrariar. Mujeres, lamento decirlo, profesionales o no pero cada vez más anuladas, sin un segundo para sí mismas, agotadas por culpa de una proliferación de responsabilidades prescindibles y, por supuesto, del todo compartibles.
Conozco madres así, claro. Pero también conozco a muchas “de las otras”, por seguir con la caricatura, que se niegan a dar la teta y tiran de biberón y pañales con el “no” constantemente en la punta de la lengua. Reconozco sin embargo que, desgraciadamente, no les va ni un poquito mejor: ellas también están agotadas, tampoco tienen tiempo para ellas y sienten además terrible sentimiento de culpa por perder a menudo la paciencia y no poder “estar ahí” tanto como quisieran. Así que sí, se podría decir que esta mística de la maternidad no solo es perversa sino que está en quiebra como realización social, individual y trascendental de la mujer por más que pararse siquiera a pensarlo, poner el modelo en duda está penalizado ¡y cómo!. Eso sí, desde la experiencia – supongo que a estas alturas y después de parir dos hijos me estará permitida la palabreja – me gustaría saber por qué hemos aceptado con tanta docilidad los dictados de la sociedad. La respuesta probablemente es que no contamos con los argumentos convincentes para defenestrar nuestro único rol valorado socialmente: ¡Madre no hay más que una! Por lo que se ve la lucha entre biología y cultura, entre lo considerado natural y lo adquirido no está resuelta y quizá, todavía, tarde siglos en encontrar un equilibrio. Esto de la maternidad es la savia de la cultura judeocristina y la sangre que recorre la espada en los países donde acampa esta yihad. Lo cierto es que la maternidad, disociada de toda su simbología no existe, psicoanálisis incluido, sin que las mujeres no se sientan responsables de no desear esa experiencia, por cierto rica, de ser madres. Sí, Los cuerpos son dictaduras y traslucen un mapa neurótico: la división que existe entre el cuerpo social y el individual, fragmentación a la que se suma la maternidad y donde las disidentes son castigadas. Vivimos divididas entre la casa y el trabajo, la obligación de ser madres y la necesidad de libertad bajo un sistema de control constante. Entretanto, la máquina reproductora seguirá lanzando al mundo montones de hijos como respuesta instintiva. De ellos, también hay que decirlo, es nuestra esperanza. Aunque a veces se cuelen bárbaros como estos asesinos.