
Conviene recordar que Valladolid no es una gran ciudad cinematográfica, hay que decirlo para no incurrir en el discurso autocomplaciente que intenta situarnos como referente cultural cuando no hacemos sino ir detrás de otros que tienen las ideas y, a veces, se aprovechan y otras no. Y sólo estoy hablando de cine, no quiero hablar de modelos ni de lo que me parece más importante de la cultura, que es dar el instrumento no decir a dónde hay que ir cada fín de semana, hablo de cine exhibido, de cine proyectado, de cine que se vende al espectador que se ve reconocido porque el bombardeo mediático de quien está pendiente de los estrenos le va a hablar de las películas que sí puede encontrar en su ciudad, el mismo sistema que casi nunca le va a decir lo que no llega, o llegará tarde. Y no es, desde luego, una de las peores capitales para mantenerse dignamente al día en cine que se estrena en salas, pero no deja de haber deficiencias notables. Si mezclamos cine independiente, cine español y cine latinoamericano, la tormenta perfecta suele ocurrir, apenas si hay posibilidades de contemplar ese cine en salas. El resultado de la cartelera esta semana es el de tres presencias y tres ausencias, tres presencias muy previsibles, Spielberg, Campillo y Peck y tres ausencias dolorosas, sobre todo la de “Zama” de Lucrecia Martel que, en teoría llegará el próximo viernes, y dos películas españolas que tendrán muy complicado encontrar acomodo en Valladolid, “El mar nos mira de lejos” de Manuel Muñoz Rivas y “Europa” de Miguel Ángel Pérez Blanco. Vistas cinco de las seis son precisamente las tres ausentes las que contienen mayor riesgo, mayor exigencia del espectador, mayor necesidad de querer comprender lo que se ve y hacer uso de algo que el espectador ha ido perdiendo por el camino, su imaginación para conectar lo visto con un sentido diferente al de la mera literalidad de la imagen. Aborregados por un discurso televisivo en abierto muy poco creativo, muy reiterativo, muy de “pasatiempo”, cuando el espectador ha de enfrentarse a productos complejos la sensación de desamparo y aburrimiento impera, y esa idea penetra en el exhibidor igualmente, que piensa que ese tipo de cine no le resultará rentable, por lo que desiste de su proyección, una pérdida cultural que se multiplica semana tras semana.
EL ESTRENO DE LA SEMANA. ZAMA de Lucrecia Martel. Casi una década ha tardado la directora argentina en volver a crear para las pantallas, y su producto es muy coherente con sus obras previas, esa progresiva putrefacción que va extendiéndose en instituciones, familia, relaciones. Una podedumbre que encuentra su asentamiento en la inactividad y en la ausencia de iniciativa bastante para revertir el orden aceptado de las cosas. Ahora le toca a un Imperio ya en declive sin remisión, el de la corona española en Sudamérica en el siglo XVIII o cercano a los inicios del XIX, representado por el personaje de D.Diego de Zama, corregidor de la corte en un perdido pueblo insalubre, corrupto, corruptor, en un territorio indefinido entre Argentina, Paraguay y Brasil, un personaje que comienza la película gallardo, recto, inflexible y al que, cuantos más méritos hace para conseguir el deseado traslado a su lugar de origen, más trabas burocráticas recibe, contemplando cómo, quien peor hace su trabajo pero mejor sabe doblarse ante los caprichos del poder consigue antes lo que él anhela. Martel se estiliza, exteriores e interiores plantean una diversidad cromática especialmente estudiada y conseguida y que sirven para hacer más evidente el deterioro físico del protagonista y su disminuida capacidad de resistir por más tiempo el olvido de su Corona, cuanto menor es su resistencia más sobrenatural se convierte la historia y mayor es la sensación de extrañamiento cuando a la imagen le acompaña una música de inspiración hawaiana. La directora aprovecha para hablar de cosas más trascendentes sin cargar las tintas en el subrayado, la esclavitud, la traición, la lujuria, el peligro, el olvido de la metrópoli, la corrupción funcionarial…lacras humanas que perdurarán por siempre. No está en cartelera pero va a llegar pronto, enfréntense a otro tipo de narración y descubrirán otra forma de sentir una historia muy fácil de seguir y comprender. (próximo estreno en cines Casablanca)
120 LATIDOS POR MINUTO de Robin Campillo. Nadie esconde que el cine francés se llevó un sonoro batacazo por su calidad en la última edición del festival de Cannes, su escaparate comercial y multinacional por antonomasia, de hecho el mejor cine “francés” de la pasada edición procede de Asia, porque si de algo puede presumir la industria francesa del cine es de no importarle la nacionalidad de directores, equipos o actores, el productor invierte en calidad y da lo mismo que sea Suwa o Kurosawa, lo importante es la matrícula de producción que lleva la película. Por eso, necesitados de tener que reivindicar un producto patrio en el escaparate de la autocomplacencia, el aluvión de premios que recibió esta película (hasta cuatro si no me he informado mal) se antoja obscenamente exagerado, no por nada, sino porque el resultado final no me parece algo superior a un “correcto”, sin más. Irse a la dura década de los 80-90 cuando los enfermos de SIDA se convirtieron en los nuevos leprosos del siglo XX me parece un acto de homenaje necesario, ahora ya no es valiente, lo hubiera sido en aquel momento, cuando farmacéuticas y gobiernos no repararon en la dimensión del problema hasta que empezó a afectar a personas heterosexuales o que no se drogaban. La película mezcla el retrato generacional de aquellos jóvenes con pena de muerte diferida y su batalla reivindicativa para conseguir que el fármaco que, si no curar, si evitar su muerte, se hiciera universal y saliera de los laboratorios. La película es excesiva, casi dos horas y media, el empeño por reflejar el mundo asambleario del movimiento se me hace reiterativo y confusamente contado, quizás como cualquier asamblea, su fuerza narrativa se contagia rápidamente de la reiteración sabiendo, como sabemos, que ese pasado se superó, y la historia personal termina diluyéndose entre demasiados personajes hasta que, ese dolor personal, ese trauma, esa tragedia, por prevista, apenas me emociona más allá de un par de escenas donde la estética del videoclip se impone al lenguaje del cine. Correcta sin emoción. (en los cines Broadway)
MUCHOS HIJOS, UN MONO Y UN CASTILLO de Gustavo Salmerón. Enlazando con el principio no sorprende el relativo éxito de un documental, encima español, y su persistencia en las salas. El personaje sobre el que recae la, apenas inexistente, historia (madre del director) es muy atractivo, una octogenia suigéneris, extrovertida, anarcoide, extravagante y con un síndrome de Diógenes familiar que le lleva a amasar una colección inexplicable de objetos a los que jamás renunciará, aunque se pierda, por la ejecución de unos préstamos impagados, el castillo del título. Cine familiar y documental este pasado año ha habido mucho, incluso español, ninguna de esas películas han llegado a la cartelera vallisoletana, sin ir más lejos la multipremiada “Converso”, pero hay muchas más, “El mundanal ruido”, “El señor Liberto”, “Esquece Monelos”, “Un padre”, todas ellas con una concepción argumental infinitamente mucho más cuidada, con un guión que aquí no existe pero que se suple, a sabiendas de la complacencia del público, por un personaje que es un torbellino y que arranca la sonrisa o la carcajada cada poco, y la risa es muy agradecida, pero por el camino el director pasa de puntillas por temas especialmente dolorosos e importantes en nuestra historia como país, y por aquellos temas espinosos familiares que no se quieren airear. No estamos ante “El desencanto” de Chávarri ni ante la ordinariez aplaudida de “Carmina”, pero si eliminan a Julita de la película no queda nada, unas vértebras, pero esas vértebras, por ejemplo en “Un padre” de Victor Forniés, hacen una película tremenda sobre la memoria histórica. El documental ha de servir para algo más que para reir, si apenas hace pensar mejor usar la ficción. (en los cines Broadway).
LA DECEPCIÓN DE LA SEMANA. EL JOVEN KARL MARX, de Raoul Peck. De quien el año pasado presentó la soberbia “I,m not your negro” uno podía esperar un producto especial, alejado del biopic tradicional, incluso podría esperar un didactismo eficiente y efectivo de los orígenes del socialismo. La aventura iniciática de Karl Marx y Friedrich Engels se convierte en una mera sucesión de episodios, de países, de personajes históricos, de una especie de lucha por el liderazgo de la incipiente y desorganizada izquierda europea hasta conseguir encabezar el movimiento comunista internacional. Por el camino apenas nada no visto, nada que no pudiera aparecer en un telefilme de sobremesa o en las novelas de Dickens pero a peor. Mi decepción ha sido enorme con la ficción creada por Peck frente a su excelente documental previo. (En los cines Casablanca)
EUROPA de Miguel Ángel Pérez Blanco. Estuvo en la Seminci pasada esta arriesgadísima película, sólo dos espectadores y, además, acreditados en su pase, algo no poco habitual en el festival en sus secciones marginales y marginadas, aunque lo que se publicita y se vende es el Teatro Calderón y las galas, y con eso nos conformamos. A la semana siguiente fue al festival de Tesalónica y agotó las entradas, públicos diferentes y organizaciones diferentes también. Entre las ruinas de un continente puede llegar a salir el sol cada mañana, cuestión diferente es si ese sol tiene capacidad para calentar o la sangre de la juventud actual permanece congelada desde el 31 de diciembre de 1999. "Europa" puede haber sido concebida como experimento visual y sensorial de carácter íntimo y optimista según su director, pero resulta inevitable la referencia a la actual coyuntura sociopolítica en el continente, la destrucción de todo aquello que parecía sólido, el vacío existencial, material e ideológico de centenares de miles de jóvenes que se han dado de bruces con una realidad con la que nunca imaginaron, la de que iban a vivir peor que sus padres. "Buscar la fiesta" es contemplar el vacío existencial que separa a la juventud de la realidad, el sustitutivo de una alienación consentida a fuerza de minusvalorar la eficacia del poder económico en detrimento de las bases que tienen que sostener al mismo sistema en el futuro. "Contemplar el futuro" es enfrentarse a la ausencia del mismo, es pasar la noche en vela sin llegar a encontrar esa fiesta que celebra la llegada del nuevo milenio y coloca a los protagonistas ante la inexistencia de cualquier objetivo. No la busquen en cartelera, sería una sorpresa verla algún día en Valladolid.
EL MAR NOS MIRA DE LEJOS de Manuel Muñoz Rivas. Sensaciones, película de sentidos, de texturas que hemos visto muchas veces pero que, al no fijarnos, nos perdemos con lo general sin fijarnos en el detalle. Estamos en la playa, pero miramos al horizonte en vez de a nuestros pies; a nuestro alrededor, la naturaleza forma volúmenes y figuras espectaculares que nos pasan inadvertidos. Muñoz Rivas, y el director de fotografía Mauro Herce, sin embargo, nos meten de cabeza en lo más pequeño y cercano, para que después podamos apreciar el conjunto, miramos a los últimos habitantes de Doñana como si fueran fieras en un safari africano, cuando lo que realmente son es una especie en vías de extinción abandonados a su suerte de resistentes. Lo físico acompaña a lo mínimo, el aire mueve la arena, pero también la arena se mueve por sí misma, desmenuzándose poco a poco, creando texturas nuevas e imposibles, geometrías variables que duran lo que el peso y la gravedad sostienen un conjunto de granos, dando paso a otra forma y a otro color. Sabedor de que ese momento es irrepetible y constante, la imagen se recrea en ese movimiento perpetuo. El paisaje se cierra sobre cara y cuerpo de los habitantes, para, en un final espléndido, revelarnos la verdadera identidad de la nueva Tartessos, urbanizaciones impersonales que se encuentran a un paso de lo que nos parecía virgen e innacesible, un paisaje que parecía salvado de la voracidad del ladrillo que, apenas unos kilómetros más allá, lo que el objetivo de la cámara permite alcanzar, se transforma en bloques y ausencia de humanidad. Tampoco ha llegado a nuestros cines este demoledor retrato de una vida que termina en medio de la destrucción de entorno y personas.