Que santa Ellen Frankfort me perdone por haberla birlado el titulo pero no se me ocurre ninguno mejor para estas reflexiones. Reflexiones producidas por un (para mí) extraordinario hecho del que he sido testigo recientemente. Allá va:
De charla con una amiga a orillas de un precioso lago veo cómo la hija de su hija, una niña de cinco años, se sienta en el regazo de su madre y sin más preámbulos, le levanta la camiseta, tira del sujetador hacia arriba y se pone a mamar. Por supuesto no estábamos solas. Por supuesto la niña tiene una hermana menor de año y medio que sigue mamando todavía. Por supuesto la abuela –mi amiga – no hizo el menor comentario. Por supuesto una servidora ¡faltaría más! tampoco aunque casi se ahoga. Casi se ahoga de las ganas.
Hemos pasado la época en que la maternidad era un deber sacrosanto y la época en que la maternidad era una decisión responsable y hemos llegado a una época en que la maternidad se ha convertido en una moda ecolola o, más bien, en un programa acelerado para aprender cómo convertirnos en amorosas vacas por eso de la identificación con la Naturaleza.
Por otra parte...
Por otra parte, la insatisfacción muy real y nada desestimable, el poco tacto, la falta de sensibilidad del colectivo sanitario hacia los problemas de la mujer en general y los problemas ginecológicos en particular, la insensibilidad ante los problemas psicológicos (antes del parto, en el parto y después del parto), la impaciencia de los médicos ante las preguntas que plantean las mujeres, el puritanismo sermoneante - sobre todo con las solteras pero también con las casadas – no han cambiado demasiado en las ultimas centurias y producen en las mujeres reacciones variopintas semejantes al síndrome de Estocolmo. Es así como la mayor parte de nosotras “vacilamos a la hora de poner en entredicho sus procedimientos, sus facturas o su horario y a menudo, nos sentimos sencillamente agradecidas por haber podido verlos sobre todo si están bien recomendados”. Vemos, sin llegar a acostumbrarnos, como hay médicos que trabajan para las empresas farmacéuticas y recetan en consecuencia, leyes que están anticuadas etc., etc., asi que intentar acercarte un poco más a la madre Naturaleza para evitar interferencias externas y poder controlar así las relaciones de nuestro cuerpo con el exterior con procesos como la maternidad o, si vamos a eso, con otros como la alimentación, las relaciones sexuales o incluso el dolor no puede perjudicarnos, supongo. Lo que me resulta menos digerible es que se dedique tanta energía a esta clase de esfuerzos y tan poco a cambiar la estructura política. Hay en todo este movimiento de vuelta a la “naturalidad” una tendencia a complacerse excesivamente en las formas, a elevarla a la condición de fin religioso en si misma, a alcanzar el punto en el que el conocimiento de nuestro propio cuerpo y la preservación de su –digamos - autonomía se disuelve en una especie de narcisismo de alto nivel. Sé que a menudo el péndulo tiene que oscilar unos cuantos grados en la dirección errónea antes de centrarse, pero una se agota a veces esperando que la cosa se centre.