
“Periodistas de la prensa burguesa, no manipulen mucho mis palabras. Lo que he dicho es poco y simple, prácticamente no he dicho nada. Así pues, no vale la pena inventar”, así se expresa Cohn-Bendit ante lo que intuye van a ser nuevos titulares tendenciosos tras una rueda de prensa en plena efervescencia del mayo parisino. Parece que la oferta se ha consolidado, en tamaño edición de bolsillo, es verdad, pero ahí está. ¿Cuándo se ha podido recuperar el cine de Godard en Valladolid fuera de los estrenos, y no siempre, en las últimas dos décadas?. Cuestión diferente es que siempre haya que exigir más y mejor, y si el espacio del Museo Patio Herreriano ha decidido apostar también por el cine como un arte contemporáneo, pidamos lo imposible, que lo que son tres proyecciones mensuales se extienda a todas las semanas, que se invite a directores, que se haga un proyecto participativo donde el espectador pueda salir de la proyección no sólo con «su idea» de la película vista, sino también con «la idea» de algún profesional. Si no queremos institucionalizar la idea de una filmoteca local, ante la ausencia de apoyo autonómico y la inanidad de la filmoteca salmantina; retomemos eso tan del espíritu del 68 como los cine-clubs, algo que en muchas localidades sigue funcionando como el único artefacto ciudadano para mantener una cercanía con el cine.

El MPH recuerda este mes el mayo del 68, pero sólo un mayo, el francés, el más icónico, el más comercializado, obviamente el más prostituido por el paso del tiempo, y lo hace con el cine, pero tan escaso y limitado que su visión va a ser muy parcial. De las tres propuestas, y siendo un admirador absoluto del cine, o lo que quiera que sea en la actualidad, de Godard, recomiendo sobre manera «Grands soirs et petits matins» del fotógrafo norteamericano William Klein, uno de esos que estaban en el momento justo en el lugar adecuado, y durante la última semana del mes de mayo de 1968 anduvo con su cámara filmando lo que pasaba por las calles y facultades de París, la película que se ha considerado durante mucho tiempo «la película» del mayo francés, aunque se han ido descubriendo pequeñas piezas de otros cineastas del momento que también sintieron el impulso de documentar lo que ocurría en las calles. “Entonces os queda decidir a vosotros. ¿Estáis por la revolución? Si es que sí: ¿cómo la hacemos? ¿con quién la hacemos? ¿con qué clases sociales? ¿en qué clase os encontráis? Muy bien… y si estáis por las reformas, yo me pregunto ¿qué coño hacéis conmigo?”; éste es uno de los parlamentos que se pueden escuchar a lo largo de su hora y media, extractos de momentos de ebullición ciudadana, dividida entre la ruptura total, la traición de la izquierda, la asfixia provocada por la burguesía, el fín de referentes creíbles desde la órbita del bloque comunista, la necesidad de diálogo para alcanzar alguna mejora.
Una cámara que palpita al ritmo de la calle, que se introduce en los corrillos de personas en el boulevard Saint Michel o Saint Germain mientras discuten, hasta acaloradamente, de conceptos políticos que hoy no sabríamos ni pronunciar. Un estallido descontrolado que surge de los estudiantes e intenta prender la mecha en otros colectivos; estudiantes y obreros juntos pusieron al régimen patas arriba, pero, a la hora de la verdad, a De Gaulle le siguieron Pompidou, D,Estaing, Miterrand, es decir, justo aquellos contra los que el mayo del 68 se inició. Hubo otros mayos en el 68 que pasan más desapercibidos, es lo que tiene el «merchandising», la plaza del Zócalo mexicano o la primavera de Praga no venden tanto, ni generaron desde la dominante visión occidental, literatura que pudiera reivindicarse desde el púlpito intelectual. Fueron más sangrientas en su represión, y sólo por eso quizás merecerían mayor atención, entre otras cosas porque el mai´68 terminó convirtiéndose, en muy poco tiempo, en la consagración burguesa del propio movimiento, que optó entre decantarse por una socialdemocracia posibilista y en extremo capitalista, o la derecha de siempre, consiguiendo que, en el fondo, siempre triunfara y dominara el poder el capital contra el que pretendieron luchar. La cámara no interactúa, sino que se limita a estar, a recoger el momento, de un lado para otro, de un acontecimiento a otro, en un frenesí de iniciativa que, ante tanta actividad, terminó generando demasiado agotamiento.

Si algo hay que criticar a la proyección es que se anuncie exclusivamente en versión original en francés, en estos tiempos donde ya nadie estudia esta lengua, prácticamente va a convertir la proyección en un ejercicio de nostalgia para generaciones que vivieron los efectos, si no prácticos, sí ideológicos del momento, cuando quizás hubiera sido una buena ocasión para que las generaciones más jóvenes se acercaran a un hecho de hace 50 años cuya crítica reproduce muchas de las actuales perversiones del sistema, y en cuya organización de la revuelta se advierten muchos de los modos y maneras de actuar del 15M, salvo el del uso de la violencia. El programa se completa con las proyecciones el martes de «La chinoise» y el jueves de «Tout va bien», ejemplos godardianos del antes y el después del 68, rodadas en 1967 y 1972, avisan ya de la palabrería hueca de muchos discursos revolucionarios, marcan un punto y aparte de la inicial fascinación de Godard por el comunismo chino, y demuestran cómo, en 1972, los ecos revolucionarios han sido aplastados, eliminados, y sólo quedan pequeñas revueltas obreras para las que la unión del poder político y la prensa sólo pueden generar la más absoluta de las represiones, porque si un hilo invisible une todo este cine es la crítica feroz a los medios de in-comunicación, transformados ya entonces, en medios de propaganda de los sectores que los financian.

Si «La chinoise» habla de la violencia como arma instrumental de la política y como único medio para remover las estructuras totalitarias de unas democracias de papel, en «Tout va bien» la violencia ha pasado a ser la respuesta a la agresión previa, aún a sabiendas de que el camino lleva a la derrota. De los discursos grandilocuentes, las autocríticas, los juicios populares, el maoísmo como bandera en el grupo formando por Jean Pierre Leaud y sus camaradas, con los ecos de la guerra de Vietnam como leit motiv recurrente de «La chinoise», apenas cinco años después, en «Tout va bien», Godard demuestra precisamente lo contrario, que todo sigue igual de mal que cinco años antes, o peor. Con «Tout va bien» Godard daba por muerto, enterrado y destruido el movimiento utópico, y chocaba de frente contra muros que, no sólo se han demostrado imposibles de demoler, sino que 45 años después han seguido creciendo en grosor y en altura. Lo que pudo ser un documento y un manifiesto de política personal para el director suizo en aquel momento, última obra del grupo Vertov, visto hoy no es que mantenga plena actualidad, sino que sobrecoge comprobar cómo el capitalismo ha conseguido, a plena luz del día, y con la complicidad culpable de quienes tenían que combatirlo, y defender la lucha contra la desigualdad, aumentar su poder e instaurar una dictadura con etiqueta de democracia. Lo dicho, una buena iniciativa, ensamblada de manera cronológica (el antes, el durante, y el después del mayo parisino), pero que termina resultando muy escasa, muy poco representativa de la creación cinematográfica del momento, donde se podía haber echado mano del material de Resnais, de Garrel, del colectivo «Dziga Vertov» amén de «Tout va bien», de Watkins........menos es nada, pero como se decía entonces, «pidamos lo imposible».

Respecto a la cartelera de la ciudad, ausentes dos de las películas de la temporada, como son «A fabrica de nada» de Pedro Pinho y «Visages, villages» de Agnés Varda, en cartelera hay una recomendación muy especial (confieso que aún no he visto «Playground» ni «Disobedience» que tienen buenas referencias), «Lean on Pete», tercera película estrenada en España del director británico Andrew Haigh, tras las notables «Weekend» y «45«, cuyo mayor mérito es hacer de un drama un producto creíble y alejado de cualquier sensiblería lacrimógena, proporcionando al personaje de Charlie una válvula de escape, una posibilidad de creer en el futuro pese a las adversidades que se le cruzan de continuo en el camino; un camino en el que el caballo «lean on Pete» es una excusa, una metáfora, precisamente un apoyo para continuar ese peregrinaje desde California a Wyoming a la búqueda de una tabla de salvación a la que sujetarse mientras decide si ese es el final del periplo o una parada para reforzarse (Cines Manhattan). Fallida en su monotonía (de por sí esto no sería negativo, y para muestra la excelsa Jane Dielmann de Chantal Akerman) y más fallida cuanta mayor es la información que proporciona al espectador es «Hannah» (Cines Casablanca), artefacto para el lucimiento interpretativo de Charlotte Rampling en el que su director, el italiano Andrea Pallaoro, inicia el relato con un grito silencioso que termina convirtiéndose en la mudez de no tener casi nada que contar, en una bajada a los infiernos de un personaje al que, inicialmente, podemos tener la empatía del desconsuelo, pero que termina resultando ser merecedor al reproche social y familiar que vemos cómo va desgastando su ser hasta la desaparición como persona. Algo parecido sucede con «El taller de escritura» del casi siempre solvente Laurent Cantet, película donde las buenas intenciones terminan por superar lo que se quiere contar, quedando a medio camino entre la crítica socio-económica a lo Guediguian en los alrededores de La Ciotat y el arrasamiento ciudadano provocado por la desaparición de los astilleros, y el relato de afirmación adolescente con adulto que queda en entredicho por sus contradicciones, en el que un grupo de jóvenes, que cumple el arquetipo manido de la multiculturalidad con problemas, intenta afrontar el futuro mediante un taller literario veraniego del que desconocemos si se trata, de una participación voluntaria (imposible entre quienes no abren un libro en toda la película), o una especie de trabajos sociales impuestos por un juez de menores, pero que crea un relato que no termina de remontar perdiéndose en demasiados meandros sin salida al mar (Cines Broadway). Como decepcionante, o muy decepcionante, es «La chica en la niebla», enésimo, y oportunista elección del distribuidor, relato criminal con chica desaparecida en el que nadie termina siendo lo que parece ser, trufado de trampas, muy mal cosido pese a su escelente composición visual y donde la presencia siempre atractiva, de Toni Servilio, no consigue dar empaque a un producto que parece la suma de muchas partes recortadas para hacer un largometraje de alrededor de dos horas cuya utilidad roza el cero ante lo confuso de su mensaje último, y donde la crítica a la prensa sensacionalista, los juicios paralelos y la ineficacia policial es de tal brocha gorda que, en más de una ocasión, produce vergüenza ajena. (Cines Broadway)