Una de las características más destacadas del periodismo patrio es la proliferación de analistas, tertulianos y opinadores varios. Su campo de conocimiento es amplísimo. Abarca desde la teoría de cuerdas hasta el populismo. No hay campo vedado a su “extrema” erudición. Uno de los temas “favoritos” de los tertulianos radiofónicos, televisivos y de los egregios columnistas es el del populismo. Primero fue Podemos el motivo de tan inusual acercamiento a los vericuetos del pensamiento postmoderno. Gracias a Podemos, los españoles pudimos enterarnos de que Argentina no sólo “produce” psicoanalistas y astros del balon. Argentina (hermoso país donde los haya) también cuenta con una especie en peligro de extinción: la de los pensadores. Junto al argentino de los malabarismos con la pelota (Messi), empezó a sonar un tal Ernesto Laclau, teorizador de esa cosa indefinible llamada peronismo. Los hasta entonces esotéricos programas de la Tuerka (Tele-Podemos), pasaron a ser de los más vistos en youtube y conceptos como “significante flotante”, “antagonismo”, “esencialismo de clase”, “subalternidad” o “hegemonía” empezaron a sustitir al abecedario del consenso del 78 con sus palabros, tales como “consenso”, “estabilidad”, “progreso” etc....Más recientemente han sido Donald Trump o el famoso Brexit los causantes de que el populismo siga siendo “trending topic” en las redes sociales, se publiquen libros como churros sobre la materia ( de muy desigual calidad) o que las tertulias televisivas sean casi monotemáticas
Con este artículo pretendo aclarar, en la medida de lo posible, qué es esa cosa llamada populismo. Ya escribí alguna cosa en relación al fenómeno Podemos en su momento (no voy a insistir en ello, para eso existen las hemerotecas y los repositorios digitales). Sólo pretendo hacer unas reflexiones sobre el fenómeno Trump, generalmente despachado con los estereotipos clásicos relativos al mundo norteamericano y que se centran en el carácter anacrónico y oligárquico de su sistema político, basado en una elección presidencial indirecta a través de un colegio de compromisarios, las diferencias culturales entre las “ilustradas” y “europeizadas” metrópolis vs la america profunda e inculta, la reacción de la acosada clase media blanca americana frente al auge de las minorías hispanas y de color etc..... Todas estas son explicaciones monocausales que inciden en aspectos parciales de la cuestión pero obvian a mi juicio el gran problema de fondo. ¿ Cómo es posible que un país, Estados Unidos de América, donde el llamado marxismo cultural y las ideologías críticas son tan predominantes en ámbitos culturales tan importantes allí, como son la universidad, el mundo editorial o el mundo del espectáculo, haya podido sucumbir a los cantos de sirena de un discurso tan radicalmente contrario a esos postulados de multiculturalidad, pluralidad de género y racial o crítico con el capitalismo hoy en día?.Ciertamente se podría decir que el individualismo forma parte del ADN de la cultura americana (la tesis de Sombart para explicar por qué el marxismo no caló en una sociedad tan industrializada como la norteamericana), lo mismo cabría decir en relación al constitucionalismo oligárquico establecido por los padres fundadores a finales del siglo XVII allíI. Si bien esto podría explicar parte del problema, no es menos cierto que si hay un país, junto con Francia, que haya experimentado los efectos de la revolución cultural del 68 ese ha sido los Estados Unidos. La revolución neocon de los Kagan, Novak y demás referentes intelectuales de la nueva derecha neocon estadounidense parece que entró en seria crisis como consecuencia de la segunda guerra de Irak. La visióm imperial de los Estados Unidos como policía democrática del mundo resistió a duras penas el desastre de Vietnam y ha sucumbido totalmente como consecuencia de las llamadas guerras del petróleo en Oriente Medio. Tanto es así, que el propio Trump, para gran disgusto del establishment republicano, ha repudidado expresamente el imperialismo militarista y ha optado o eso parece por una vuelta al aislacionismo Wilsoniano.
Todo ello me lleva a considerar que las explicaciones monocausales y reduccionistas no son explicativas del fenómeno Trump. Que según mi visión no es más que un epifenómeno de un proceso global de mucho mayor calado: el auge de la lógica populista en detrimento de la izquierda clásica basada en sus esencialismos de clase, su abecedario marxista y su visión economicista de la historia.
Ha habido muchos intentos por teorizar qué debe entenderse por populismo en el seno de la teoría política. Para algunos autores (Le Bon, Freud) es un fenómeno propio de la psicología de masas, una especie de patología social basada en el culto al líder mesiánico. Para otros como Di Tella es un conato de fascismo. Frei o Lori Zanatta lo califican de ideología fundamentalmente latioamericana, una respuesta autóctona al imperialismo americano y los desmanes de las élites criollas. Para Ernesto Laclau no es una ideología política sino una lógica política de tipo equivalencial, una manifestación esencialmente democrática derivada de la incompletud (Lacan) ontológica del orden social para ser definitivamente fundamentadon y representado. Otros autores (Canovan) distinguen diversas clases de populismos y renuncian a una conceptualización general.Según la visión de Canovan existirían dos tipos de populismos . Uno de naturaleza agraria y otro de tipo político. El primero sería un movimiento de tipo rural que defiende los valores tradicionales frente a la modernidad. El otro, de naturaleza política, englobaría fenómenos tales como la demagogía de los partidos al uso para captar votos o el de las dictaduras con amplio respaldo popular (Gertulio Vargas o Perón). Por último resulta muy interesante también el enfoque del politólogo Kenneth Minogue que lo caracteriza como un movimiento político asentado sobre la base de dos principios. La sustitución de la ideología por la retórica (mecanismos discursivos de persuasión política vs un conjunto de creencias políticas articuladas) y segundo su transitoriedad, surgida de momentos de convulsión social y política, especialmente en lugares del llamado tercer mundo (patología del sistema mundo capitalista de Wallerstein).
En cualquier caso, el populismo más que una ideología política sustantiva es fundamentalmente una lógica de acción política. Un conjunto de estrategias discursivas para obtener poder. Como tal puede servir de cauce de expresión para multitud de ideologías políticas. En la medida en que el populismo supone una estrategia que se basa en la enmienda a la totalidad del sistema, es más interesante para aquellas ideologías más extremas. Sean éstas asociadas a la izquierda o la derecha del espectro político. Una de las características de las modernas democracias es su tendencia la centralidad. Es muy habitual en teóricos de la ciencia política, como Arend Lijphart, señalar que los sistemas políticos dominados por partidos políticos que ocupan el espacio de la centralidad son los más estables. De hecho una buena parte del discurso de la New Left se fundamenta en la denuncia del consenso democrático, en el que se apoyan dichos partidos centristas. Por ejemplo Chantal Mouffe en su libro La Paradoja Democrática apunta la idea de que el centrismo hoy en día dominante es el principal freno a la aspiración democrática radical. Esta tesis de la centralidad, como eje fundamental del discurso político contemporáneo, podría llevarnos a pensar que la distinción política derecha-izquierda ya no tiene virtualidad.
Este abandono de la diferenciación política entre izquierda y derecha, por parte de la ciencia política empírica, lo que se encubre es el vaciamiento semántico y las posibilidades transformadoras de la democracia, como sistema de gobierno verdaderamente popular. La democracia quedaría reducida a una mera selección de élites políticas, a través de procedimientos competitivos que reflejarían las preferencias de unos votantes, movidos por motivaciones racionales o supuestamente racionales. Se trataría de una visión economicista de la política, donde el poder transformador y emancipador de la misma quedaría circunscrito a proclamas nostálgicas. La propia definición de Lefort de la democracia, como lugar donde el sitio del poder está vacío, apunta a ese doble carácter de la democracia; como problema y como radical transformación de la manera de entender la política.