Acabas de mirarte al espejo, te has tomado tu tiempo. Todo el mundo te espera pero no te inquieta, eres la esposa del hombre más poderoso del mundo. Tu imagen es lo más importante en ese momento, decoración para una mujer, peinado inamovible y vestido de diseño. Una rosa en medio de Dallas, un sombrero ridículo para cualquiera, pero tu complemento perfecto, va a ser otro largo día de risas congeladas, saludos a desconocidos que desean verte de cerca, políticos necesitados de la palmada del presidente. Eres Jackie Kennedy, pero ignoras que apenas unas horas después vas a estar en el mismo avión, con la misma ropa, mirándote al mismo espejo, pero preguntando sin obtener respuestas, obligada a apresurarte, a esconderte,no vas a estar desmaquillándote y pensando en el aterrizaje en Washington, sino intentando quitarte la sangre que cubre tu rostro, tu pelo, tus ropas, tus manos. El sonido seco de un disparo y la inmediata réplica del impacto a tu lado, una cabeza que se abre como fruta madura y de la que intentas retener su contenido como si con eso evitaras la muerte; la incredulidad de ver caer al hombre mejor protegido, expuesto en medio de un campo abierto perfecto para uno, o varios, francotiradores. El sistema te ha fallado, o ha actuado demasiado bien sirviendo otros intereses. De espejo de un país a simple viuda marginada. Te respetan por quien has sido, no te cuestionan en el momento del dolor, esperan que abandones la Casa Blanca y desaparezcas como la mujer frívola y caprichosa que piensan que eres, pero antes te vas a mostrar en el dolor y en el respeto, y vas a comprometer a los poderosos del mundo a que venzan el miedo que una simple mujer no tiene.
Jackie.
EEUU-Chile. 2016.
Dirigida por: Pablo Larraín.
Guión: Noah Oppenheim.
Producción: Darren Aronofsky, Scott Franklin, Mickey Liddell, Juan de Dios Larraín, Ari Handel, Howard T. Owens, Martine Cassinelli, Charlie Corwin, Jennifer Monroe, Pete Shilaimon, Jayne Hong, Wei Han, Lin Qi.
Música: Mica Levi.
Fotografía: Stéphane Fontaine.
Montaje: Sebastián Sepúlveda.
Vestuario: Madeline Fontaine.
Diseño de producción: Jean Rabasse.
Duración: 98 minutos.
Reparto: Natalie Portman, Peter Sarsgaard, Greta Gerwig, Billy Crudup, John Hurt.
Viendo «Jackie» asalta la duda inmediatamente, ¿por qué Larraín para dirigir esta película? Una historia y una funcionalidad de la misma absolutamente contrapuesta al cine arriesgado y oscuro del director chileno. Quizás precisamente su alejamiento del mito norteamericano, su ausencia de prejuicio, le sitúa en un plano más objetivo a la hora de construir un personaje, centrarse en la mujer y lo que debieron ser sus sentimientos en esos días, y huir de un vano e inútil relato cronológico, y quizás mucho más falso, que el compuesto por Larraín con un perfecto sentido del montaje, un diseño de producción exquisito, que recuerda al cine del mejor Todd Haynes, y una banda sonora que colabora plenamente a hacer de Jacqueline una persona a la deriva, llena de dudas, miedos, inseguridades, al borde del abismo empujada por la confluencia de una pérdida de poder impensable, las luchas internas del partido demócrata para suceder la larga sombra del presidente asesinado, y ese futuro sin recursos al que se ve dirigida. Por eso, su salida de escena ha de ponderarse, y Jackie opta por la más aparatosa, la más exhibicionista, la más comprometida para los asistentes al sepelio de JFK, caminar detrás del armón que transporta el féretro desde el Capitolio hasta la catedral de Washington, un reto para todos los demás, atemorizados por los ecos y réplicas de un magnicidio que puede no haber concluido en sus propósitos finales. Humanizar y construir un relato íntimo desde el dolor y en medio de la tragedia, como el guardaespaldas que no abandona a la mujer en la huida del lugar y la cubre con su cuerpo, Jackie espera calor y cariño en un momento en que su entorno ha quedado paralizado y sólo su cuñado y su asistenta parecen darse cuenta de la magnitud del dolor personal por encima de la pérdida nacional.
Larraín, y no podíamos esperar otra cosa con su filmografía, se aleja del biopic, ni tan siquiera se quiere hacernos creer que lo que se cuenta sea real; todo ha podido pasar como lo vemos sí, o no, porque su intención, plenamente conseguida, es dibujar un personaje, hacer persona de un icono popular, alejar a Jackie del personaje televisivo para transformarle en un ser doliente, rodeado de mucha gente, sí, pero en absoluta soledad tras la tragedia, arrinconada por el clan, que suspira por librarse de alguien que no pertenece a su casta. El director acierta plenamente al mostrarnos la desolación y soledad del personaje en la escena en la que, de manera compulsiva bebe, se cambia de vestido continuamente, deambula por las estancias de la Casa Blanca, recuerda sus momentos, breves y escasos, de felicidad en ese lugar y con ese marido, mientras siente la punzada de ese dolor interno, no solo por la pérdida, sino por el pasado en común con quien engañó en la intimidad una y otra vez. Larraín muestra a una mujer que ha cambiado, de mujer sumisa, busto parlante y sonriente, a mujer que ha superado las debilidades de una responsabilidad excesiva y concierta una entrevista con un periodista para contar su verdad, la única aceptable, porque la verdad no es lo que sea cierto, sino lo que Jackie quiere contar al mundo tras la muerte del presidente. Contrarestar una verdad con otra, teniendo a su servicio a la prensa; censurar, cortar, confesar lo impublicable, acercarse a un sentido humano del momento y conseguir una dificil solidaridad del público, superando la simple compasión por la pérdida, que ha dejado huérfano a todo un país, al menos durante una temporada en la que los sueños se han desvanecido, y revelar la importancia de esos escasos tres años que casi acaban con el mundo en una guerra nuclear, pero que casi, también, cambian el mundo para mejor sin conseguirlo.

Jackie pensará en «Camelot», los miedos de un marido que han sido traspasados a quien nunca fue Ginebra, «Me pregunto qué hará el rey esta noche. ¿Qué alegría persigue el rey esta noche? Las velas en la corte, nunca se quemaron tan brillantes. Me pregunto qué estará esperando el rey esta noche» canta Richard Burton mientras Natalie Portman recuerda las noches de felicidad efímera, cuando Washington empezó a parecerse a una corte, y los Kennedy empezaban una dinastía rápidamente cercenada como el dragón de la canción. No hubo tabla redonda, y Arturo se transformó en Lancelot sin Ginebra, porque las Ginebras de Arturo estaban fuera de la corte, a la que volvía para recordar a la reina que lo seguía siendo en medio de intelectuales, artistas, músicos. Si la película buscaba el propósito que aparenta, lo ha conseguido a la perfección, también es cierto que no dejamos de estar ante un producto muy académico, muy predirigido a una ceremonia anual olvidable, con un único personaje que absorbe la historia y llena la pantalla gracias a otra interpretación colosal de una actriz que ha de luchar contra el estereotipo del personaje real conocido por todos. Los que rodean a Portman no dejan de ser meros comparsas que rellenan la mirada frágil, perdida, dolorida de la reina destronada, pero sólo durante unos días, porque cuando el periodista entrevista a la viuda meses después, se encontrará una mujer fuerte y segura, una mujer que «nunca ha fumado» pese a que lo dice con el cigarro en la boca, una mujer que mira directamente a los ojos y domina el escenario, obligando al periodista a someterse absolutamente. Jackie se ha transformado en Jacqueline y el círculo se ha cerrado. No obstante, deseo que Larraín vuelva a Chile, a su cine oscuro, áspero, pesimista, y no le perdamos en medio del «star system», como ya hemos perdido a Villeneuve en las acaudaladas cuentas de resultados del mainstream, porque aunque se mantenga un tono de originalidad, de riesgo, nunca va a volver a ser lo mismo asumir un pequeño producto que una superproducción como ésta.