Es habitual que los teóricos de la política señalen la revolución francesa como el origen de la distinción entre izquierda y derecha (Bobbio). El origen de la misma sería puramente contigente; la ubicación espacial en el hemiciclo de los diputados de la primera asamblea nacional francesa. La realidad es que la división izquierda-derecha ha tenido siempre efectos movilizadores de las masas y ha tenido una fuerte carga ideológica, desde la que se ha construido toda una verdadera mitología. Esa visión espacial de la izquierda (Lateralidad Política) sigue presente, cuando la convertimos en metáfora, es decir en desplazamiento del significado espacial para referirnos a la distancia que separa a la izquierda de la derecha, a la hora de valorar el alcance que ésta otorga a valores como la igualdad, la libertad, el progreso o la distribución de los recursos públicos. Según esta metáfora, izquierda y derecha funcionarían como una especie de contendientes que se disputan la hegemonía, en sentido Gramsciano, sobre la interpretación de dichos valores. Así mientras que la derecha intentaría apropiarse del valor libertad, la izquierda lo haría de la igualdad o de la idea de progreso.
Otra visión clásica de la diferencia entre izquierda y derecha nos retrotrae a la idea del mito o relato fundante de una visión legendaria de la realidad actual. Esta visión de la izquierda tiene su origen en Francia, como muy bien apunta Raymond Aron y hace referencia al hecho capital de la revolución francesa, como acontecimiento que marca un antes y un después en la historia. Esta visión ,que recuerda a la del tiempo-eje de Jaspers, colocaría a la izquierda como custodia del patrimonio revolucionario y la derecha como una fuerza contra revolucionaria que se opone a los logros de la revolución. En el caso español, el mito fundante lo constituiría la II república con todo su proyecto transformador social, político y económico, que se vio frustrado por el golpe de estado fascista del 18 de Julio de 1936. Esta visión es la que ha marcado el devenir histórico de la izquierda española.
El marxismo clásico también ha ofrecido su criterio básico de diferenciación, según el cual la distinción tendría un sustrato económico. Mientras que la izquierda busca la emancipación del proletariado , a través de la colectivización de los medios de producción, la derecha busca proteger la propiedad privada del gran capital. Esta visión jurídica del conflicto esencial entre capital y trabajo, apoya el ideal emancipatorio de la izquierda en la idea de que la sola transferencia de la propiedad sobre los medios de producción conseguiría acabar con la alienación del proletariado. Como bien apunta el intelectual boliviano García Linera, el error básico del marxismo clásico fue confundir el efecto de la desigualdad con la causa. Situar el problema económico en un plano meramente jurídico es más un eufemismo que una solución. De hecho en la URSS se pasó del fetichismo de la mercancía propio del capitalismo, que denunciaba Marx en El Capital, al fetichismo de la producción, del capitalismo del libre mercado al capitalismo de la burocracia del partido. De hecho una de las grandes insuficiencias del marxismo clásico ha sido su incapacidad para repensar la economía política clásica liberal, lo que llevó a Marx a profundizar más en aspectos apuntados por el socialismo de corte ricardiano que en proponer una alternativa radical al modelo explotador capitalista. Algo que si se hizo en las filas del anarquismo clásico con las idead del mutualismo Proudhoniano o el modelo monetario oxidativo propuesto por el pensador anarquista alemán Silvio Gesell en su obra El orden económico natural.
Estas diferenciaciones clásicas entre el eje izquierda derecha no sirven conceptualmente para analizar el denominado populismo de derechas, que por un lado en lo económico tiene un discurso netamente coincidente con el de la New Left (crítica del capitalismo globalizado, denuncia de la precarización laboral del posfordismo, crítica de las políticas económicas de la denominada austeridad presupuestaria....) pero que en lo cultural y en la idea nacional divergen totalmente.
A mi juicio la ubicación en el eje de la derecha de populismos como el de Donadl Trump en los EEUU, de Viktor Orbán en Hungria, Marie Le Pen en Francia, Nikos Michailokakos en Grecia, Frauke Petry en Alemania, Timo Soini en Finlandia , Norbert Hofer en Austria o Nigel Farage en el Reino Unido se explica mejor desde la óptica que plantean pensadores impolíticos posmodernos, que ha situado la barrera entre la izquierda y la derecha en el cuestionamiento, por parte de la primera, de las categorías clásicas del demo-liberalismo. Conceptos como soberanía, ley, estado, poder etc... son cuestionados como mediaciones políticas fundamentalmente inviables para realizar el ideal emancipatorio. Un caso paradigmático lo encontramos en la lectura que hace el profesor italiano Roberto Esposito de la idea liberal del estado, que hunde sus raíces en el pensamiento del inglés Thomas Hobbes. Esposito, en su obra Inmunitas plantea el carácter aporético que tiene el estado liberal, el cual surge como conservatio vitae y sin embargo su dinámica soberana, que exige un poder inmuno-represivo, lleva a la lógica contraria de negar la vida que dice preservar y defender. El individualismo extremo lleva aparejado un absolutismo, en sus primeras etapas político y en las más recientes económico, que acaba por menoscabar ese individualismo en el que se funda. Mientras que la nueva izquierda impolítica, que Esposito reclama, niega que las mediaciones representativas pueden hacer efectiva la idea de la comunidad, por estar ancladas en una visión individualista y en un miedo a la otredad, la extrema derecha populista intentaría reclamar la virtualidad de ese paradigma inmunitario que las modernas democracias han abandonado, una vez que han abrazado el denominado multiculturalismo y el llamado agnosticismo nacional. La categoría de nación habría dejado paso a la de la globalidad, no sólo en el ámbito económico sino también en el político y en el cultural. El Estado moderno se construyó, como apunta Hobbes en De Cive (1642), como un artificio para protegernos de la amenaza del otro (Bellum omnium contra omnes). En cambio, Las modernas democracias centristas habrían abrazado el axioma del llamado multiculturalismo, que lleva a identificar todas las culturas como semejantes en su valoración y a denunciar cualquier cuestionamiento de otras prácticas culturales como puro ejercicio de etnocentrismo. La influencia del pensamiento antropológico estructuralista, que afirma la existencia de patrones culturales trascendentales presubjeticos, ha llevado a la relativización del ideal europeo judeo-cristiano, como paradigma de la racionalidad y de la ilustración. El otro, el extranjero deja ser objeto de temor, para convertirse en el objeto preferente de la solidaridad. Ideal al que tienden las modernas sociedades occidentales, vestigio de la mala conciencia derivada de un pasado colonial mal asumido.
En lo restante, los populismos de derechas abrazan la lógica reactiva binaria y diferencial clásica del populismo (construirse contra algo), en la medida en que conciben la política como una reacción frente a la incapacidad del sistema institucional imperante de resolver las amenazas, reales o imaginarias, que afrontan las modernas sociedades posmodernas, descreídas de todo meta-relato (Lyotard)
Dos son los “enemigos” contra los que se rebela ese populismo de derechas. Por un lado la globalización neoliberal, con su consiguiente depauperización de clase obrera, cuya causa se haya diluida en las revoluciones semióticas de la postmodernidad, que anteponen la construcción de nuevas subjetividades revolucionarias a la idea clásica de la revolución proletaria, propia del discurso tradicional de la izquierda. Esto es algo muy palpable tanto en el caso francés, como en el norteamericano. Donde la lucha obrera ha cedido protagonismo ante las nuevas subalternidades surgidas de la globalización neoliberal. Cuestiones de género, raza o religión constituyen, para buena parte de la izquierda, el abecedario político. Luchas que, aun siendo legítimas y necesarias, tienen un carácter derivado respecto de la contradicción esencial entre capital y trabajo. Ese espacio abandonado por la new left ha sido objeto de apropiación por los discursos del populismo de extrema derecha.
El otro gran enemigo del populismo de derechas es lo que ellos denominan corrección política, que se refiere a los nuevos consensos políticos y culturales construidos por las revoluciones semióticas de la nueva izquierda. Para la filosofía postestructuralista francesa, de inspiración nietzscheana, la principal fuente de dominación no proviene tanto de instituciones o relaciones de producción , como de discursos que determinan subjetividades sometidas a dichos discursos. Que determinan tanto lo que puede pensarse como lo que puede hacerse en el contexto del neoliberalismo. Aun siendo verdadero que el discurso tiene efectos productores de verdad (Nietzsche), no es menos cierto que el capitalismo ha demostrado su capacidad de absorción de buena parte de esa labor deconstructiva de las subjetividades que ha llevado a cabo la filosofia postestructuralista, integrandola en su seno (economía del llamado comercio justo, gaycapitalismo...). Inicialmente Deleuze y Guattari (El AntiEdipo) afirmaban el carácter revolucionario del deseo, no tamizado por la constricción edípica del psiconalísis clásico, en la constitución de sujetos revolucionarios esquizoides , liberados de la exigencias neurotizantes del capitalismo. No obstante en su siguiente obra conjunta, Mil Mesetas, venían a reconocer la extraordinaria capacidad del capitalismo para codificar esos flujos deseantes y de esta forma perpetuar su dominación . El capitalismo, por lo tanto, ha logrado mantener lo esencial de su sistema de explotación, integrando estas nuevas formas culturales de entender lo social, lo individual y lo cultural. Frente a esa hegemonía cultural (no traducida en poder institucional , ni en cambio de las estructuras profundas de dominación de clase), la nueva derecha populista se rebela contra lo que Zizek llama “comunismos liberales” (sistema de dominación capitalista con esas nuevas formas culturales de entender lo social, lo individual y lo cultural).