El populismo de extrema derecha tiene en común con la lógica populista de izquierdas una lógica equivalencial (Laclau). Es decir una capacidad de aglutinar en su seno un conjunto heterogéno de demandas sociales insatisfechas por el sistema político en crisis. El sistema político en crisis es el consenso centrista de las democracias representativas neoliberales basadas en el predominio de la globalización neoliberal, el progresivo desmantelamiento del llamado estado del bienestar y en la marginalización de cualquier discurso alternativo que cuestione el economicismo neoliberal o el carácter oligarquíco y no verdaderamente democrático de los sistemas políticos vigentes. La especificidad del populismo de los Trump, Le Pen, Orban etc.. consiste en enarbolar la recuperación de la idea del estado-nación, en crisis terminal por el auge de la globalización neoliberal, como motor discursivo. Un estado nación que se hallaría amenazado tanto por la hegemonía neoliberal , con su economicismo extremo, que depaupera a las clases medias y bajas en detrimento del gran capital, como por su aceptación de la globalización y el multiculturalismo, que permite que el otro, el extranjero, el migrante, se convierta en la personificación de todos los males de la posmodernidad neoliberal.
¿Cómo puede responder la izquierda al desafío del fascismo del siglo XXI? El 68 y el postmarxismo intentaron dar una respuesra a la crisis tanto del marxismo soviético (autoritarismo, esencialismo de clase, historicismo, reduccionismo económico....) como del llamado marxismo occidental (incapacidad para aglutinar una respuesta democrática conjunta y eficaz de las diversas subalternidades generadas por el sistema capitalista). Lograron parcialmente conseguir su objetivo con una apropiación cultural de valores sociales ( igualdad, progreso, género, raza...), dándoles un sentido progresista y cuestionador del sistema. Sin embargo, no es menos cierto que los herederos de la filosofía de la sospecha (Nietzsche) han introducido dentro del pensamiento postmarxista elementos de irracionalidad, como puso muy acertadamente de manifiesto el físico Sokal o Chomsky, y autoritarismo que funcionan como una especie de “dogmas de la posmodernidad. Se convierten en la coartada perfecta para que los populismos de extrema derecha presenten soluciones simplistas a problemas complejos. Combatir esos elementos del discurso, que pasan por “progresistas” y no lo son, es una manera de acabar con la coartada perfecta para la xenofobia y el sexismo.
Otro elemento muy problemático, como se ha visto en el llamado cinturón de acero de los Estados Unidos,en las zonas obreras de Francia o durante el Brexit , es alcanzar un equilibrio entre la defensa de los derechos de las clases trabajadoras y la solidaridad con los que llegan a nuestras fronteras en demanda de asilo. Obviar que la llegada masiva de nuevos ciudadanos al mal llamado primer mundo, plantea problemas de integración y de sostenibilidad de los sistemas de protección social (a corto plazo sobre todo y sin reformas en los sistemas redistributivos de los estados), permite al populismo xenófobo albergar esperanzas de incorporar como votantes suyos a importantes capas de la población obrera. Culpar al otro, al diferente siempre es una solución retóricamente produciva, especialmente durante épocas de recesión económica, véase lo que pasó en el periodo de entreguerras. Integrar y respetar las diferencias, salvaguardar las creencias,costumbres y modos de ser y hacerlas compatibles con valores de tolerancia y respeto no es tarea sencilla muchas veces.
El multiculturalismo acrítico ha considerado que todas las culturas son autorefereciales, es decir que sólo pueden entenderse y justificarse dentro de sus propias coordenadas de pensamiento, lo que lleva al relativismo absoluto, al aislamiento, a la falta de integración y al llamado choque de las civilizaciones (Huttington). El etnocentrismo eurocéntrico, por el contrario, ha entendido que la cultura europea, en su desenvolvimiento evolutivo, se ha configurado como el paradigma de la racionalidad absoluta (Hegel) a partir del cual deben valorarse otras culturas y modos de entender el mundo. Esta forma de antopología ha llevado a justificar el colonialismo y la xenofobia.
Frente a la incomensurabilidad de las culturas que lleva al relativismo y al desencuentro entre las misma, el etnocentrismo exige la uniformidad como garante de la racionalidad discursiva. El multiculturalismo crítico, por el contrario, permite la integración y la interpelación intercultural para dar razón del por qué de su forma de entender el mundo. Así la cultura europea puede cuestionar a la islámica fundamentalista, como ésta lo puede hacer a la europea y postcolonial, siempre desde el respeto y el diálogo. Frente a las tensiones culturales que busca explotar el populismo xenófobo, el republicanismo cívico es una alternativa muy válida para hacer compatibles los valores de la libertad, el respeto, la diversidad y la tolerancia.